jueves, 7 de octubre de 2010

Y tú... ¿de qué tienes miedo?





El miedo se manifiesta de las formas más diversas. Miedo a esa criatura que te agarrará los pies cuando los tengas destapados, miedo a ese reflejo incierto en el espejo empañado, miedo a la puerta entornada de tu armario...
¿Y tú? ¿Cuál es tu miedo? Déjanos un comentario contándonos cuales son los terrores con los que vives.

2 comentarios:

  1. Toma! El primero!
    Bueno, pues a mi me dan miedo los ángeles, y sinceramente no sé por qué, pero me dan así como un yuyu bastante raruno.
    Otro miedo que tengo es a quedarme en medio de un lago, mar, océano..., sin saber lo que hay debajo. Cuando el agua está oscura, y algo te roza el pie, o simplemente hay vacío. No puedo con eso!

    ResponderEliminar
  2. Yo pienso que uno de los miedos que existen, un miedo que para mucha gente es o debería por lo menos llegar a ser, es el hecho de permanecer en completa soledad en relación al mundo.
    ¡Pero cuidado! Se puede interpretar la soledad de dos maneras muy diferentes entre sí: estar solo o sentirse solo.
    Estar solo es un hecho común para todos, un hecho al que normalmente solemos acudir en unas circunstancias de intranquilidad y nerviosismo que el mismo día a día cotidiano nos puede ofrecer. No siempre estamos acompañados. Esta experiencia de soledad se puede disfrutar mucho y suele ser muy constructiva. En algunas ocasiones, más que constructiva es magnífica y realmente necesaria.
    Cuando estamos solos podemos no hacer nada y sentirnos bien, descansar, disfrutar de la naturaleza, tomar el sol, caminar, meditar o simplemente hacer lo que nos gusta sin interferencias de otras personas ni objetos meramente materiales e innecesarios que nos distraigan sin necesidad alguna.
    Sentirse solos es diferente, porque uno se puede sentir solo también en compañía.
    El sentimiento de soledad está relacionado con el aislamiento, la noción de no formar parte de algo, la idea de no estar incluido en ningún proyecto y entender que a nadie le importamos lo suficiente como para pertenecer a su mundo. La idea de que formamos parte únicamente de una mera ilusión, que en realidad no existe y por lo tanto se trata de una falacia, a la que nosotros le damos el ficticio nombre de “compañía” o “bienestar con alguien”.
    El sentimiento de no pertenencia nos lleva a la depresión, cuando además nos sentimos culpables de nuestra propia soledad. La depresión genera en nosotros muchas veces el deseo incontrolado de querer superar ese estado de ánimo, sea como sea y bajo cualquier circunstancia. Un estado de ánimo tan afligido y desanimado por el que pagaríamos cualquier precio para salir de él, y de esta forma evitarlo de una manera muy rápida. Y no es de extrañar, que esa idea de superación y empuje para dejar de lado la soledad lleve muchas veces a realizar acciones que acaben voluntaria y conscientemente con nuestra propia vida. Sí, sería la idea del suicidio.
    Muchas veces la ilusión de creer que estamos acompañados nos alivia y nos da un respiro ante la verdadera situación que vivimos, la verdadera soledad que no muchos lo admiten como tal pero que realmente está más presente de lo que creemos. Como un pequeño efecto adormecedor, tenemos la necesidad de creer muchas veces que hay alguien siempre detrás nuestra, y que nunca nos daría la espalda para darnos todo su apoyo y su fuerza ante la vida. Aún a sabiendas de que nos demos cuenta de que dichas personas jamás nos darían tal apoyo y serían más capaces de hacernos daño que de hacernos cualquier otra cosa que entrañe bondad alguna.
    Por otro parte, solamente cuando estamos solos podemos ponernos en contacto con nosotros mismos. Esa oportunidad nos permite vernos y evaluar si realmente somos como queremos ser y si estamos haciendo lo que deseamos hacer. Esa misma parte tan fundamental que acude a nosotros con tanta necesidad en el proceso de conocernos a nosotros mismos en un estado de soledad absoluta, puede ser tan peligrosa como acertada, ya que si realmente pensamos que no somos el tipo idealizado de persona que nos gustaría realmente ser, podríamos, dicho de alguna manera, “auto-castigarnos” por esa acción, imponiéndonos a nosotros mismos cualquier tipo de temor, o mejor dicho MIEDO, como forma de castigo.
    Ahora bien, ese tipo de MIEDO puede diversificarse de mil formas y de mil maneras diferentes, ya que no goza casi de límite. Concluyo por tanto pensando que es la soledad uno de los factores más potentes y abrumadores en cuanto a proliferación y fábrica de MIEDO se refiere.

    ResponderEliminar